by Rosa Marina Flores CruzJuly 24, 2023
This is a Spanish translation of the article "Southern Mexico: A Caravan Campaign of Joy, Solidarity and Life Affirmation in the Face of Dispossession", published on July 20, 2023 (in English here). Translated by Araceli Argueta.
En abril y a principios de mayo de este año, un grupo de alrededor de 150 personas recorrieron durante 12 días y noches los caminos del sur-sureste de México, respondiendo a la convocatoria del Congreso Nacional Indígena para organizar la Caravana "El Sur Resiste". Días y noches calurosos, en regiones donde las temperaturas pueden superar los 40 grados centígrados; caminos hostiles, donde miles de personas han desaparecido sin dejar rastro; horas compartidas con desconocidos, que eventualmente se convirtieron en amigos, todo en respuesta a un llamado: es tiempo de organizarnos para hacer retroceder la injusticia ambiental y proteger nuestras vidas y medios de subsistencia. Porque el Sur existe y resiste.
Esta caravana recorrió a pie aproximadamente 2120 km, para pasar por 11 destinos de siete estados mexicanos (Chiapas, Oaxaca, Veracruz, Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo) para escuchar y compartir información sobre las amenazas que acechan a los pueblos indígenas, afrodescendientes, campesinos y urbanos de esta región. Las grandes corporaciones y los proyectos extractivos constituyen la mayoría de esos riesgos. En cada destino, movimientos no violentos y organizaciones locales se unieron para recibir, alimentar, acompañar, hospedar y organizar a las personas que peregrinaban con banderas de lucha territorial.
La Caravana fue un proceso física y emocionalmente exigente. ¿Qué nos dio valor para superar el cansancio y seguir adelante? Es nuestra tierra. Aunque la respuesta parece sencilla, es sumamente profunda. Aquí, en nuestros rincones del mundo es donde las cosas pasan, es el lugar del enfrentamiento: entre la gente y los grandes gigantes, los que controlan el dinero del mundo. No salimos a buscar a estos formidables adversarios; sus ansias de dominación los trajo hasta donde vive nuestra gente, para codiciar nuestra tierra, su agua, sus minerales, incluso el viento.
La Caravana trazó una ruta marcada por el despojo -el acto de privar a la gente de sus tierras y otros recursos-, pero también marcada por la lucha por la vida. Comenzó en Pijijiapan, en la costa de Chiapas, a pocas horas de mi propia realidad. Allí, mujeres y hombres llevan más de tres décadas liderando una campaña noviolenta de resistencia a las altas tarifas eléctricas, porque con los grandes proyectos eléctricos (renovables y no renovables) que invaden nuestros territorios, la electricidad ha dejado de ser un bien de primera necesidad. Se ha convertido en un bien de lujo.
El sur del Istmo de Tehuantepec, mi Istmo, mi tierra de flores, viento y mar, fue la segunda parada. Los grandes ventiladores eólicos llegaron hace 15 años, y ahora puedo verlos desde mi ventana. Están generando energía para grandes empresarios, para mineras, supermercados y tiendas de conveniencia, para constructoras y para el ejército que las protege. Los parques eólicos, 29 en total, ya están instalados en 32.000 hectáreas de tierras comunales de los pueblos indígenas. Actualmente nos enfrentamos a un nuevo megaproyecto: un complejo industrial, aeroportuario, de comunicaciones por carretera y ferrocarril, que transportará mercancías desde el océano Pacífico hasta el Atlántico.
Por eso la Caravana llegó a Puente Madera, una comunidad binnizá (zapoteca) que defiende El Pitayal, una zona de uso común que conserva restos de selva seca. Allí se siguen realizando diversas prácticas colectivas, como la recolección de leña, frutos y plantas medicinales, así como la caza para obtener alimentos. El Estado mexicano pretende demoler El Pitayal, una zona donde los cactus columnares que crecen en el mes de mayo producen frutos rojos, dulces y muy jugosos. Se planea demolerlo para construir el Proyecto de Maquila e Infraestructura. Pero El Pitayal se defiende, y la Caravana acudió a sus tierras para solidarizarse.
La ruta continuó por Guichicovi, territorio mixe en la parte alta de la región del Istmo, donde las comunidades organizaron un plantón para impedir que el proyecto federal rehabilitara las vías férreas para cruzar sus pueblos. Los compañeros y compañeras del Campamento "Tierra y Libertad" que llevaban dos meses instalados fueron desalojados por la Guardia Nacional y la Secretaría de Marina al día siguiente del paso de la Caravana; siete personas fueron detenidas y liberadas poco después.
La Guardia Nacional no dejó de seguir los pasos de la Caravana ni un minuto. Las fuerzas armadas del Estado estuvieron siempre vigilantes y amenazantes. Pero la marcha no se detuvo; los miembros de la Caravana bailaron al ritmo del Son Jarocho cuando llegaron a Oteapan, Veracruz, donde recordamos a Bety Cariño y Jyri Jaakkola, a quienes presuntamente asesinaron las fuerzas estatales en 2010, por enfrentarse a una empresa minera en el estado de Oaxaca.
Cuando la Caravana llegó a El Bosque, un municipio de Tabasco, el futuro les alcanzó. En efecto, las futuras víctimas de la crisis climática tenían rostros, voces y cuerpos. A orillas del mar, sólo quedan escombros de lo que hace cinco años era una escuela en pleno funcionamiento. Cientos de personas fueron desplazadas y necesitan solidaridad. Pidieron a la Caravana que amplificara la historia de su pueblo, como advertencia para otros que corren el riesgo de sucumbir a los efectos del cambio climático, que el gobierno mexicano está dejando sin control.
La Caravana entró en la Península de Yucatán por Campeche, donde el gobierno está trabajando en dos megaproyectos que amenazan los territorios indígenas, el Corredor Interoceánico y el Tren Maya. Megaproyectos de especulación de tierras, deforestación de selvas y turismo intensivo están poniendo en riesgo la vida y el sustento de los pueblos mayas. Pueblos de Campeche, Yucatán y Quintana Roo acompañaron el recorrido de la Caravana con sus colores, con los sabores de su tierra y con la fuerza de sus voces. En Valladolid, Yucatán, las mujeres mayas tomaron la iniciativa, dando la bienvenida a la Caravana y pintando pancartas con la pintura azul del árbol ch'oj. También pintaron los rostros de los participantes, una antigua tradición de protección espiritual anterior a la guerra. En el Felipe Carrillo Puerto pudimos escuchar historias de resistencia que dan forma a la lucha colectiva, y cómo estos procesos se vienen dando desde hace siglos. Escuchamos los recuerdos de lucha ancestral que inspiran la actual.
La Caravana sirvió de espacio para visibilizar y acompañar las distintas campañas regionales. También unificó estas campañas en un movimiento más amplio y llamó la atención sobre los procesos territoriales en juego ahora que están presentes los megaproyectos de desposesión y la crisis climática.
La ruta trazada por la Caravana marca el camino de unión y defensa de la tierra, de las tradiciones, de una forma de vida. Atravesó tierras amenazadas, pero también amplifica las voces de quienes nos negamos a que nuestros territorios sean víctimas del despojo. Porque, ¿cómo no defender lo que nos da la vida?
En este camino colectivo, en esta lucha compartida, seguiremos creando nuevas formas de pensar y actuar para proteger el territorio. La lucha y la resistencia es "un camino vivo", no nos asustan los gigantes y seguiremos afirmando identidades que convergen con nuestra lucha. El sur resiste y nosotros somos el sur.
Rosa Marina Flores Cruz is an Afro-Zapotec from the Isthmus of Tehuantepec in the state of Oaxaca, Mexico, and a member of the Assembly of Indigenous Peoples of the Isthmus in Defence of Land and Territory and the Indigenous Futures Network. She holds a Master’s degree in Rural Development from UAM-Xochimilco and a Bachelor’s degree in Environmental Sciences from UNAM, Morelia campus.
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